La única regla: no hay reglas.
Ésta es la consigna que el creador de este blog estableció y yo acepté. No porque piense que “regla” sea una mala palabra; muy por el contrario: creo en el poder benéfico de las reglas, y todo lo bello y bueno que nos rodea da cuenta de ello.
Acepté la consigna porque también creo en esas reglas tácitas que, en el caso de un blog o cualquier otro medio de expresión, comportan conceptos como ética y estética.
Está claro que no todos lo entienden así, y uno muchas veces tiene que soportar que el prójimo, sin decir “agua va”, nos arroje a la cara toneladas de palabras que dañan nuestro espíritu y ponen a prueba nuestra buena voluntad y nuestra fortaleza para sacudirnos el fastidio –o la tristeza- una y otra vez y seguir adelante. El mundo está lleno de estos seres, así que más nos vale aprender a convivir con ellos.
Entonces no me desanimo. Me sacudo la mugre y sonrío.
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Acepté la consigna porque también creo en esas reglas tácitas que, en el caso de un blog o cualquier otro medio de expresión, comportan conceptos como ética y estética.
Está claro que no todos lo entienden así, y uno muchas veces tiene que soportar que el prójimo, sin decir “agua va”, nos arroje a la cara toneladas de palabras que dañan nuestro espíritu y ponen a prueba nuestra buena voluntad y nuestra fortaleza para sacudirnos el fastidio –o la tristeza- una y otra vez y seguir adelante. El mundo está lleno de estos seres, así que más nos vale aprender a convivir con ellos.
Entonces no me desanimo. Me sacudo la mugre y sonrío.