Una cosa trae la otra
Enjabonando la esponja y preguntándome por qué es que la cortina de nylon es succionada hacia dentro de la bañera en el mismo momento en que abro la ducha, como si hubiera algún monstruito detrás inhalando fuerte, decidí hacer huelga de googles caídos y salir a preguntar por ahí. Eso y recordar –añorando- aquellos días en que una duda me quitaba el sueño, en que mi hermana era capaz de llamarme a media noche para preguntarme quién cantaba Lobo Hombre en París, en que yo también llamaba a quien sea con tal de recuperar algo olvidado, fueron una sola cosa.
Y de ahí sin escalas a la búsqueda inocente de respuestas en el libro gordo de Petete, después de que el diccionario enciclopédico comprado en cuotas me había defraudado; libro gordo que mi papá traía a casa sin falta todas las semanas, y que llevaba a encuadernar ni bien se completaba el tomo.
De ahí al fichero por temas que mi mama poblaba con recortes de la Billiken que traía el diariero todas las semanas.
De ahí al recuerdo de mi primera visita a una biblioteca y ese sentimiento de respeto que me inspiraron los anaqueles y el silencio.
De ahí, casi sin escalas, a un artículo de la Billiken de moda para las nenas. Pollera a lunares largo chanel! Con volado! Eso sí era original, eso sí era elegancia. Y allí nos fuimos mama y yo a comprar la tela, que conseguimos del mismo color que la de Billiken, y con la que ella me cosió esa pollera. Igualita! Y allí iba yo con mis 12 años y mi volado largo por las calles de Carlos Paz en el viaje de egresados, arrastrando las miradas de todos.
De ahí a Mi hijo y yo, fascículos que mi mamá compraba para ella mientras esperábamos la llegada del benjamín, y que yo pispeaba con ojos incrédulos y algo de susto.
De ahí a entender mi curiosidad sin fin, mi amor por el saber, por la lectura, hasta por la buena ropa.
Hija de un señor que sólo curso la primaria pero que hubiera querido ser ingeniero aeronáutico, hija de una señora que sólo curso la primaria y corte y confección, pero que hubiera querido estudiar el bachillerato.
Y podría seguir, pero me detengo aquí. Por un rato recuperé el mundo sin google.
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Y de ahí sin escalas a la búsqueda inocente de respuestas en el libro gordo de Petete, después de que el diccionario enciclopédico comprado en cuotas me había defraudado; libro gordo que mi papá traía a casa sin falta todas las semanas, y que llevaba a encuadernar ni bien se completaba el tomo.
De ahí al fichero por temas que mi mama poblaba con recortes de la Billiken que traía el diariero todas las semanas.
De ahí al recuerdo de mi primera visita a una biblioteca y ese sentimiento de respeto que me inspiraron los anaqueles y el silencio.
De ahí, casi sin escalas, a un artículo de la Billiken de moda para las nenas. Pollera a lunares largo chanel! Con volado! Eso sí era original, eso sí era elegancia. Y allí nos fuimos mama y yo a comprar la tela, que conseguimos del mismo color que la de Billiken, y con la que ella me cosió esa pollera. Igualita! Y allí iba yo con mis 12 años y mi volado largo por las calles de Carlos Paz en el viaje de egresados, arrastrando las miradas de todos.
De ahí a Mi hijo y yo, fascículos que mi mamá compraba para ella mientras esperábamos la llegada del benjamín, y que yo pispeaba con ojos incrédulos y algo de susto.
De ahí a entender mi curiosidad sin fin, mi amor por el saber, por la lectura, hasta por la buena ropa.
Hija de un señor que sólo curso la primaria pero que hubiera querido ser ingeniero aeronáutico, hija de una señora que sólo curso la primaria y corte y confección, pero que hubiera querido estudiar el bachillerato.
Y podría seguir, pero me detengo aquí. Por un rato recuperé el mundo sin google.